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28 marzo 2017

La educación es un barco que no tiene destino

La educación es un barco que no tiene destino

La educación es un barco que no tiene destino

La máxima de Séneca aplica al destino de nuestro sistema educativo, que no solo ha perdido el rumbo, hoy está inmerso en una crisis de tal magnitud que se ha transformado en decadencia.

Las causas son múltiples, y no solo lo han sido los reclamos y las huelgas sindicales, cuyos daños no tienen perdón, sino que además hemos dejado de lado y prácticamente hemos abandonado los valores fundamentales de la educación.

Los sindicatos de maestros en conflicto ya cayeron en un proceso de autodestrucción, ya que traspasaron el límite de la cordura y la racionalidad, y pasaron al extremo de la extorsión, el fraude, la mentira, y la estafa social, prometiendo algo que es falso. En efecto, los mejores salarios no van a mejorar la educación ni la calidad educativa, solo la van a mantener en el tobogán de caída sistemática, donde premiamos la incompetencia, el ausentismo descontrolado, la indisciplina, la confusa militancia política que todo lo corrompe y lo adultera, y en especial, todos somos un poco cómplices de este proceso que fomentamos sin cambios importantes aceptando en forma tácita el proceso de caída.

Se perdieron valores tales como cierto nivel de exigencia, la doctrina del esfuerzo, el sentido de la responsabilidad, la cultura del trabajo, el espíritu investigativo, el tiempo dedicado a la lectura y a la práctica de operaciones cálculos y fórmulas matemáticas, y en especial el rol de los padres y de la familia junto a los maestros en la enseñanza y en la culminación de los estudios.

La deserción tiene también múltiples causas, pero las más importantes son las carencias económicas y la desintegración familiar.

El ingreso irrestricto ocultó el drama de las carencias de los alumnos egresados del nivel secundario para acceder a la universidad, y le trasladó el problema a cada facultad con innumerables frustraciones.

Se rompió una alianza fundamental: en efecto, mis maestros eran aliados de mis padres para mi educación. Hoy los padres se unen a sus hijos para tomar un colegio en un reclamo gremial o en apoyo de ‘la militancia’.

Los que saben nos hablaban de mejorar todos los días, de hacer todo con tiempo, de leer y leer, de practicar y repetir, de razonar y sintetizar y de aprender a resumir, y a su tiempo, de aprender a estudiar. En rigor, de pensar de lo que pensamos.

Se perdió el sentido de la autoridad. Las maestras y maestros de la escuela primaria eran nuestra guía, los directores tenían prestigio junto a los jueces, su palabra era una orientación para los padres y la familia se integraba y se repartía con ellos las responsabilidades de la enseñanza.

Internet, el whatsapp, el email, las redes sociales, los portales, los contenidos, las páginas, y todo lo que brinda la informática ha transformado nuestra atención, centrada en la conexión, abandonando la comunicación y el esfuerzo por pensar y por analizar lo que pensamos. La amplia disponibilidad de información, que a su vez es irrestricta, nos instala en un mar de conocimientos de poco menos de un centímetro de profundidad, sin ningún esfuerzo, y con una especial heterogeneidad en cuanto a cantidad, calidad, y valor intrínseco y extrínseco. En los celulares multifunción está centrada dos tercios o más de nuestra atención cotidiana.

Navegar por Internet en cualquiera de sus recursos informáticos es sumirse en un mundo sin restricciones, sin autoridad, sin ninguna limitación más que la propia voluntad y la libre disponibilidad del tiempo. De allí la inadaptabilidad de nuestros estudiantes a cualquier forma de orden y de disciplina.

El facilismo, la aprobación de los distintos niveles sin que se hayan logrado los mínimos objetivos, termina produciendo analfabetos estructurales, mínimos vocabularios, ninguna interpretación de texto por falta de lectura, y ninguna noción de aritmética o de ciencias, suplidas por la calculadora o por Internet, y muy pobres conocimientos para afrontar los niveles terciarios y universitarios. Nuestros profesionales se gradúan cada vez con menores conocimientos y muy pobres recursos para afrontar la vida real.

La educación en todos los niveles requiere de una reorganización integral basada en la eficiencia tomando como sujeto central a los alumnos, sumado a la integración con las nuevas tecnologías utilizadas en forma adecuada, y del rescate de las mejores prácticas, tales como la lectura, la práctica de las matemáticas, y la preorientación temática.

El jurista y maestro Werner Goldschmidt (Berlín, 1910 -Buenos Aires, 1987) decía con ironía que “un adoquín dentro de una facultad de derecho en cinco, diez o quince años será abogado”. Para que este presagio no se cumpla, ha llegado la hora de la revolución educativa, con un plan nacional que transforme la educación en una verdadera prioridad, en una verdadera política de Estado.

JULIÁN DE DIEGO

JULIÁN DE DIEGOProfesor de Derecho del Trabajo y Director del Posgrado UCA

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