
publicaciones
La falta de competitividad, irrecuperable frente a los líderes del mercado global
China afianza su modelo con los costos de producción fuera de toda competencia que podamos racionalizar en occidente.
Edición impresa
Martes 27 de marzo 2018
La jornada de 60 horas semanales, salario promedio de 650 dólares, sin impuestos al trabajo, incorporación de la más moderna tecnología, robotización y optimización de sistemas integrados e informatizados revelan que el coloso de oriente avanza en la conquista del orbe.
Los Estados Unidos han declarado la guerra comercial a China. Carl Von Clausewitz decía que el comercio global es la continuación de la guerra armada. También han robotizado y optimizado la producción de bienes y servicios y rebajan los impuestos para rebajar costos y aumentar la competitividad.
El Mercado Común Europeo ya ha caído en una profunda crisis económica que tiene efectos muy heterogéneos, en donde contrastan reformas laborales que procuran bajar el costo laboral, con reformas fiscales y de los regímenes jubilatorios, cuando las industrias se fugan a países con menores costos y mayor productividad, como ha ocurrido con los traslados a Polonia, República Checa, Rumania, Hungría y otros países que antes estaban detrás de la cortina de hierro.
Argentina sigue en el peor de los mundos. El costo laboral más alto de la región, y el triste récord de ser el país con los impuestos al trabajo más altos del planeta, unido a la más baja productividad de América. Todo ello sin dejar de ser uno de los que padecen el flagelo de la inflación, gasto público incontrolable, con un déficit fiscal histórico, deuda externa creciente y una creciente desconfianza en los mercados, solo compensable con el espíritu manifestado por la iniciativa y el esfuerzo denodado del Gobierno Nacional. En definitiva, retomamos el contacto con el mundo, con los mercados globales, y con la competencia internacional en las peores condiciones posibles.
En ese contexto, tenemos el valor de la competitividad que se define como la capacidad de generar la mayor satisfacción de los consumidores fijando un precio o la capacidad de poder ofrecer un menor precio fijada una cierta calidad. Concebida de esta manera se asume que las empresas más competitivas podrán asumir mayor cuota de mercado a expensas de empresas menos competitivas, si no existen deficiencias de mercado que lo impidan. Frecuentemente se usa la expresión pérdida de competitividad para describir una situación de aumento de los costos de producción, ya que eso afectará negativamente al precio o al margen de beneficio, sin aportar mejoras a la calidad del producto.
Según el Foro Económico Mundial, Argentina se encuentra en el puesto 92 de competitividad, y con altibajos continúa perdiendo posiciones.
En una concepción clásica, solo seríamos claramente competitivos en las commodities agropecuarias y en los productos de la agroindustria, incluyendo las semillas, los fertilizantes, la producción de herbicidas y otros productos contra las plagas, la biotecnología, los transgénicos, y la tecnología y la maquinaria para estas actividades, y en algunos productos que ya habían participado del mercado global cumpliendo con los recaudos que exigieron las circunstancias.
En alguna medida nos exponemos a caer en la incompetitividad sistémica, que ahora amenaza con terminar con las posibilidades de producir determinados bienes o servicios. En Argentina existen muchas ruinas que son fieles testigos de iniciativas que culminaron en un rotundo fracaso. Ahora, las políticas del Estado pueden ser responsables de la desaparición sistémica por incompetitividad de empresas, de actividades y hasta de economías regionales completas.
Es un fenómeno típico de la economía moderna, como lo fue a fines del siglo pasado la desaparición de artes, oficios o actividades porque sencillamente desapreció la necesidad de lo que producían. Se dejaron de hacer adoquines porque lo reemplazó el asfalto, se dejaron de usar los sombreros, no existen más caballerizas, y desaparecieron cientos de trabajos que eran manuales como los típicos cajeros y hoy los suplen máquinas, equipos o robots.
Si en un contexto como el que estamos experimentando, sin una reforma laboral profunda e integral, acompañado de una campaña sólida y sistemática contra el mercado negro y la evasión, nuestras actividades pueden desaparecer por se incompetitivas, y a la vez no crean las condiciones de trazabilidad y de previsibilidad que permitan atraer las inversiones de largo plazo y sustentables, en actividades no especulativas.
Por Julián A. de Diego.
Director del Posgrado en RR. HH. Escuela de Negocios de la U.C.A.