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12 diciembre 2018

Las claúsulas de revisión y el efecto inflacionario

Las clausulas de revisión ideadas por el Ministerio de Trabajo y el Poder Ejecutivo para reemplazar las cláusulas gatillo que habían ajustado los salarios convencionales en forma automática por inflación en el 2017, con efectos inflacionarios.

Publicado en El Cronista, miercoles 12 de diciembre de 2018
En su reemplazo, se idearon las cláusulas de revisión que no tienen automaticidad, y dependen de una última negociación del período una vez que se conozca el IPC del INDEC en la segunda quincena de enero de 2019. En los hechos fue una diferencia semántica, ya que ambos producirán el mismo efecto.

Lo cierto es que estas cláusulas operaron en forma anticipada, como es el caso del acuerdo entre la Cámara de Comercio y la Federación del Trabajadores de Comercio y Servicios que, en tres cuotas del 7, 7 y 6% en enero, febrero y marzo de 2019 llegaron al 45% de aumento total, con una aclaración sobre la asignación no remunerativa sobre su naturaleza en donde no se aclara si está incluida.

La actividad aceitera fue la que dio el gran salto, ya que fijó un incremento que supera el 75%, al alcanzar un salario mínimo convencional de $43.821, cuando el anterior  de marzo de 2018 era de $ 25.000, y pactaron un bono de año de más de $33.000.- En julio de 2019 se reunirán nuevamente para establecer otro ajuste, de modo que ya existe un anticipo del año próximo de casi el 25% por un semestre, con una proyección del 50% para el año próximo completo.

Existen actividades que tienen su propio subsistema de ajuste, como es el caso de SMATA, que en los convenios de empresa con las automotrices tienen una cláusula de ajuste trimestral, que sigue el curso de la inflación. Otros gremios, han logrado ajustes anticipados como los bancarios, y de hecho, cada actividad busca equiparar los aumentos a la inflación, en ocasiones, en forma anticipada o contemporánea con ella.

En el otro extremo, más de la mitad de los convenios colectivos no se acercaron a la inflación, acordando entre el 25 y el 35%, que aún cuando cuentan con cláusula de revisión, tienen bajas expectativas de igualarla.

Si analizamos el promedio de los incrementos logrados, los salarios estarían entre un 7 y un 15% por debajo del IPC del INDEC, sin saber aún los índices de noviembre y de diciembre para poder terminar el año.

En cualquier caso, nuestra observación sobre la evolución de los convenios una vez firmados y acordados los números finales, tendrá variaciones importantes sobre los plazos, las cuotas, y la forma de lograr equiparar la inflación, pero todos apuntarán a cumplir con el objetivo de llegar aún tardíamente a la equiparación. Como suelen sostener los dirigentes tradicionales:  firmemos el máximo posible y que lo pague el que pueda pagarlo.

El objetivo precitado, aún cuando se logre como apuntábamos – tardíamente- es fundamental para evitar el retraso de la base de la negociación del año 2019, que será mucho más elástica y permisiva teniendo en cuenta que enfrentaremos un año electoral.

Lejos de todos los objetivos propuestos, los convenios colectivos no pudieron ser ajenos a la inflación, y se sometieron abrumados a correr la carrera entre precios y salarios. Por ende, todas las inquietudes y fantasías que se habían tejido alrededor de la productividad con inflación cero o con deflación se esfumaron junto con otras similares. En efecto, todos los objetivos se transformaron en falacias, como la pobreza cero que supera hoy el 40%, o la ola de inversiones que hoy se encuentra en un proceso inverso, o la falta de crédito con intereses superiores al 80% en el mundo real de las pequeñas y medianas empresas.

Ni hablar de la ocupación plena, con niveles de desempleo y subempleo descontrolados, y con una caída sin precedentes de los niveles de actividad que no encuentran su piso.

Da toda la sensación de que lo mejor está por venir y que las autoridades esperan que ese proceso se dé por generación espontánea, sin haber afrontado las reformas estructurales de fondo que demandan un proyecto como el originariamente esperado por los que votaron al Gobierno de Macri. Nuevamente, el pensamiento mágico se adueñó de los gobernantes, y se cae en la fantasía aspiracional sin que exista relación de causalidad entre lo que se hace o no se hace, y la verdad verificada en el mundo real.

Lo esperable es que exista una última alternativa que permita recobrar la confianza, para lo cual habrá que mostrar convicción y sobre todo firmeza en los hechos.

Por Julián A. de Diego.
Director del Posgrado en RR. HH. Escuela de Negocios de la U.C.A.

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